Reconoce que vio poca sangre, pero aprendió mucho. Pasó los siguientes tres años desarrollando dispositivos médicos para tratar a los soldados en el campo de batalla y considera que su tiempo en las Fuerzas de Defensa de Israel fue la mejor escuela para aplicar la ciencia en la vida real. No solo eso. Según el Nobel de Química de 2004, aquella experiencia le sirvió para “conocer lo mejor de la sociedad israelí”. “Allí entras en contacto con ciudadanos que vienen de todos los lugares y son de toda condición y aprendes a trabajar en equipo, a ser solidario y a pensar en tu vecino”, continúa.
La alabanza de Ciechanover a las fuerzas armadas y al papel que desempeñaron en su formación y su carrera pueden llamar la atención en los ámbitos académicos fuera de Israel, pero son naturales allí. De hecho, se venden como parte de la receta del éxito para un país de ocho millones de habitantes con capacidades científicas y tecnológicas muy por encima de su tamaño. Durante los últimos siete años, Israel ha logrado más ayudas a proyectos competitivos del Consejo de Investigación Europeo que Italia, España o Suecia y solo la Universidad Hebrea de Jerusalén (UHJ) puede presumir de ocho premios Nobel y un medallista Fields. Israel es además el país con más compañías emergentes de alta tecnología por cabeza del mundo.
La semana pasada, Israel quiso mostrar al mundo su éxito y su pasión por la ciencia en una gran conferencia celebrada en la UHJ. Allí, en un evento bautizado como World Science Conference Israel, reunió a 15 premios Nobel junto a jóvenes y brillantes estudiantes de todo el mundo. Durante la inauguración de la conferencia, el ex presidente del país, Shimon Peres, aseguró que “la ciencia es más importante que la política”, una declaración que podría asumir cualquier responsable político, pero suena menos vacía en un país que, frente al 1,3 de España, invierte casi el 4% de su PIB en I+D. Durante una semana, un contingente de periodistas de medio mundo (entre ellos, EL PAÍS) fue invitado a un intenso programa de visitas organizadas a centros de investigación y empresas tecnológicas con el que se trató de mostrar el secreto del éxito israelí.
En Beerseba, en el desierto del Néguev, se encuentra uno de los polos tecnológicos del país. Allí, en la Universidad Ben-Gurión del Néguev, una institución surgida de la visión del primer primer ministro de Israel para promover el desarrollo del sur del país, se gradúan el 50% de los ingenieros del país. En este lugar donde el calor de agosto golpea como un mazo están surgiendo algunas de las empresas que prometen las soluciones más innovadoras a los problemas de ciberseguridad del mundo. En la sede de JVP Cyber Labs, una incubadora con apoyo estatal dedicada a identificar y apoyar en sus primeros pasos a este tipo de compañías, se encuentra SCADAfence. Su director, Yoni Shohet, comenta los riesgos del mundo ultraconectado para las grandes infraestructuras industriales. Cita como ejemplo el ataque a una planta metalúrgica en Alemania a finales de 2014. Entonces, los hackers lograron secuestrar los sistemas de control de la instalación y provocaron un fallo en un alto horno que causó graves daños. Otro de los casos clásicos que menciona Shohet es el ataque del virus Stuxnet, diseñado para infectar los sistemas de control de infraestructuras industriales, que destruyó hasta un 20% de las centrifugadoras empleadas por Irán para enriquecer uranio. Antes de llegar a SCADAfence, el que ahora es su director fue capitán de una unidad tecnológica de élite del ejército israelí de la que no puede revelar el nombre. Gente como Edward Snowden ha atribuído a este tipo de unidades la elaboración del código que puso en marcha Stuxnet. Shohet asegura que en su compañía se dedican solo a proteger frente a estos ataques, no a crearlos. Seguir leyendo en El País