Distinguidas autoridades, queridos colegas Embajadores de Polonia y Rusia, Director del Museo de Auschwitz. Amigos de la Comunidad Judía, Sras y Sres,
Yo visité Auschwitz- Birkenau con mi promoción de la Academia de Seguridad Nacional de Israel, con un grupo de hombres y mujeres, militares y civiles, dedicados profesionalmente a la defensa de nuestro país. No hacía falta explicaciones ni arengas para que entendiésemos qué hacíamos allí. Cuál era el motivo de esta visita, esa peregrinación a los campos de la muerte donde millones de nuestros hermanos y hermanas perecieron masacrados por la barbarie nazi y sus colaboradores por el solo hecho de ser judíos. Estábamos allí para honrar a las víctimas y para recordar cuál fue nuestro destino cuando éramos un pueblo carente de un estado, sin control sobre nuestra propia historia e incapaz de defendernos por nuestros propios medios.
Personalmente, hubo dos momentos y los que me sentí particularmente emocionado durante esa visita, que ya de por sí era sumamente significativa para un descendiente, como yo, de familias que provenían exactamente de Polonia.
Uno de esos momentos lo experimenté cuando visitamos la estación de tren de la ciudad de Lodz. En la modesta exhibición en el lugar había una lista de "pasajeros", si así se puede llamar a quienes eran hacinados en vagones de ganado, de uno de los infinitos trenes que partían del Ghetto hacia los campos de exterminio. La lista, minuciosamente preparada, incluía varias personas con mi mismo apellido. No puedo describir lo que sentí cuando leí sus nombres. ¿Podrían haber sido familiares de mi abuelo? Nunca lo sabré.
El segundo momento sucedió en una de las barracas del campo de Auschwitz- Birkenau, en la que uno puede ver miles y miles de zapatos que habían pertenecido a gente como uno, como todos nosotros. Lo que me impactó fuertemente y me causó una gran emoción fue notar, apenas entré, entre las miles de piezas de calzado, gastadas, torcidas por el uso por parte de sus infortunados dueños, un zapato idéntico a aquellos que estaba usando ese día, y que todavía tengo. Para mí, ese detalle, trivial tal vez, me conectó, por un corto instante, con aquella persona de la que ahora solo quedaba ese humilde testimonio de su desdicha.
Por eso, queridos amigos, es que creo que es a través de estos objetos con los que uno puede empezar a entender el horror, objetos concretos, algunos de uso diario, otros, mudos testimonios de la humanidad de aquellos que tantas veces se nos aparecen como meros números y cifras abstractas.
Por eso quiero comendar a Musealia, a la Comunidad de Madrid y al Centro de Exposiciones Arte Canal, así como al Museo de Auschwitz a los curadores por haber traído esta extraordinaria exhibición a España. Creo totalmente en el extraordinario valor educativo que tienen los distintos artefactos que aquí podremos ver y espero, con toda mi alma, que los madrileños y los españoles en general aprovechen la oportunidad para aprender de este capítulo negro de la historia de Europa y del mundo. Especialmente la juventud que, habiendo crecido, por suerte, en tiempos de paz y de seguridad, deben aprender que las libertades y la dignidad humana de la que gozan no se pueden tomar por sentadas, sino que se deben cultivar y defender.
Muchas gracias.