Cine liberal para un Estado religioso

Cine liberal para un Estado religioso

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    En Israel, los límites entre Estado y religión están ampliamente difuminados. Por no decir confundidos. Fundado en 1948, el Estado de Israel es el único judío del mundo, y por tanto el judaísmo impone muchas de sus normas por encima de la sociedad civil. Un ejemplo es el divorcio, que depende de las cortes rabínicas, cuyos jueces son seleccionados por un comité que preside el ministro de Justicia, y que deciden sobre los matrimonios, dictaminando en base a la Halajá —ley religiosa judía— y no de acuerdo a las leyes civiles: así, queda como prerrogativa del esposo dar o no el divorcio a su pareja. Por eso existen en Israel mujeres que no han podido obtener el divorcio, y siguen legalmente casadas, como bien cuenta la película Gett, el divorcio de Viviane Amsalem,dirigida por los hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz, que llegó a estar entre las nueve preseleccionadas en la última edición de los Oscar en la categoría de mejor filme de habla no inglesa.
     
    Otro ejemplo es la eutanasia: el código penal israelí —porque se basa en la Halajá— prohíbe acortar la vida de otra persona, sin importar cuál sea la circunstancia por lo que, si hay una oportunidad de salvación, los médicos están obligados a tomarla. La práctica también está criminalizada en México, Tailandia, Australia (en el norte) y en California (Estados Unidos). Es más, solo se conocen dos casos de eutanasia en Israel: un antes y uno justo después del rodaje de La fiesta de despedida, de Tal Granit y Sharon Maymon, centrada en la vida de un grupo de ancianos en un asilo, uno de los cuales, interpretado por el comediante israelí Ze’ev Revach, inventa una pequeña máquina que permite a los enfermos quitarse la vida con una inyección al apretar un botón.
     
    Lo curioso es que si las leyes israelíes pudieran parecer ultrarreligiosas, alejadas de lo que debería emanar de una sociedad civil, su cine es en cambio bastante adelantado, ahondando en estos criterios que hacen parecer a su país anticuado. Y el público le sigue, porque ambos títulos han funcionado muy bien en taquilla, como anteriormente Vals con Bashir, de Ari Folman, documental en dibujos animados que describía a través de los ojos de su protagonista la masacre en 1982 de los campos palestinos de Sabra y Chatila; o Los limoneros, de Eran Riklis, en la que una viuda palestina hace frente a su nuevo vecino, el ministro de Defensa, que quiere obligarla a cortar sus frutales… El cine israelí habla de lo que su Estado ni se plantea.Seguir leyendo en El País