Big Bad Wolves. Ley del talión a lo Tarantino

Big Bad Wolves. Ley del talión a lo Tarantino

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    ​La ley del talión, ese principio de justicia retributiva que aparece, entre otros códigos, en el Antiguo Testamento, ejerce de leit motiv en Big Bad Wolves, un thriller israelí, rodado en hebreo y en Tel Aviv y sus inmediaciones. Los director Aharon Keshales y Navot Papushado dan un paso más en éste, su segundo filme, después de su debut con la cinta de terror Rabies en 2010. El punto de partida de Big Bad Wolves es la aparición del cadáver violado y decapitado de una niña y la puesta en libertad del principal sospechoso, un profesor de religión con pintas de mosquita muerta. La reacción del padre de la niña y de un policía de métodos nada ortodoxos nos lleva a vivir una auténtica sed de venganza, en vivo y en directo (que dirían algunos). Un argumento, este de la venganza, tan Tarantiniano que no es de extrañar que el director de Kill Bill haya ubicado a Big Bad Wolves en esas perseguidas listas de mejores las películas del año.

    Sin duda, Tarantino tiene buen ojo. Big Bad Wolves es un interesante filme, violento -a veces desagradable-, y con mucha guasa. Además del thriller, una serie de géneros arropan a Big Bad Wolves. Por ejemplo, el drama de ese suceso que da pie a todo lo posterior, o la comedia negra, que evita que el espectador salga despavorido ante las escenas de tortura, con arrancamiento de uñas incluido. Se nota que los directores, Aharon Keshales y Navot Papushado, no sólo son fans de Tarantino; sino también del Old Boy de Park Chan-wook y del cine de los Coen, fíjense en esos tres personajes -además del invitado- que nos acompañan la hora y media de metraje. Quizá no manejen la tensión tan bien como lo hacía el canadiense Denis Villeneuve en Prisioneros -película con la que Big Bad Wolves, comparte varias similitudes-, pero estos realizadores israelíes saben a lo que juegan y, lo que es mejor, disfrutan jugando. Juegan a eso que estamos viendo en esta nueva ola del cine israelí, con unos directores que están abriéndonos los ojos ante la situación política del país en el que viven y padecen, sin solemnidad y con buen tino. De ahí la genialidad e Big Bad Wolves al ridiculizar mediante la violencia y el humor algo tan arraigado al antiguo testamento, como ese “ojo por ojo y diente por diente”, o ese jinete árabe.

     

    Big Bad Wolves cuenta además con un reparto excepcional, que nos suena poco en la vieja Europa, pero que nos deja boquiabiertos. Desde el desquiciado policía Lior Ashkenazi, las dos víctimas o verdugos, Tzahi Grad y Doval’e Glickman, o el presuto pederasta Rotem Keinan, que ni Madd Mikkelsen en La Caza. Otro pilar fundamental para que Big Bad Wolves funcione es su fotografía, su montaje con incursiones de escenas a cámara lenta y la banda sonora, que ya la quisiera el maestro. Pepa Blanes. Fuente: Cadena Ser

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