Este mes de junio se cumplen 50 años del fin de la Guerra de los Seis Días de 1967, que permitió la reunificación de Jerusalén, ciudad que bajo soberanía israelí ha prosperado como nunca, convirtiéndose en una urbe multicultural, abierta a todas las creencias religiosas y con un delicado equilibrio entre tolerancia y coexistencia.
Dicho conflicto bélico fue generado por Egipto, al bloquear el estrecho de Tirán y al desplegar tropas en la zona desmilitarizada. Israel confrontó a su agresor, y al final de campaña sus tropas se instalaron sobre la Península del Sinaí y la Franja de Gaza. Israel también respondió al ataque de Siria, avanzando sobre las Altura del Golán, y a los bombardeos de Jordania, liberando Jerusalén Oriental e instalándose en Cisjordania.
Cabe destacar que los territorios de Cisjordania y Gaza, entre 1948 y 1967 estaban ocupados por Jordania y Egipto, sin que se constituyera ahí un estado palestino o hubiera intenciones de hacerlo.
Sin embargo, pese a la consistencia de los hechos históricos, hasta el día de hoy, apoyados por un bloque de 22 estados árabes y 57 estados musulmanes, los palestinos siguen promoviendo la narrativa y el mapa de un “estado palestino” fagocitado por Israel a partir de 1947 y ocupado totalmente en 1967.
Pero lo cierto es que no había en 1967 ningún estado palestino, ya que la población así denominada vivía bajo ocupación egipcia y jordana. Tampoco existía estado palestino en 1947, ya que por ese entonces la población árabe, así como la población judía, vivían bajo mandato británico. Más aún, ni siquiera durante la era otomana (1517 a 1917) o mameluca (1260 a 1517) la tierra se llamó Palestina.
En realidad, en esta pequeña porción de tierra sagrada, de tan sólo 28.000 Km2, nunca hubo un estado palestino. La población árabe llegó recién en el siglo VI, unos 1,600 años después de que el pueblo judío fundara ahí su primer estado, bajo la dinastía de Salomón y David.
Considerando estos antecedentes, pareciera que llegó el momento de aprender de la historia, abandonar el anti-israelismo como eje del ethos palestino, y aceptar que la nación de los valores judeo-cristianos, de la democracia occidental, de la innovación y la creatividad, es un actor legítimo del presente y futuro de Medio Oriente.
Desafortunadamente, la exacerbación de la narrativa palestina fue importada a Chile hace ya algunos años, y en los últimos días esto se ha manifestado en situaciones extremas y preocupantes, ajenas a la idiosincrasia local, como los intentos de censura a un académico israelí, la agresión a un grupo de deportistas chilenos de la colectividad judía y la incitación a través de los medios de prensa.
Reconocemos que en la Tierra de Israel viven dos pueblos, y a pesar del histórico rechazo árabe a nuestra existencia y de todas las acciones bélicas y terroristas que han emprendido, hemos extendido la mano de la paz, haciendo concesiones significativas. Así, por ejemplo, hoy el 95% de los palestinos de Cisjordania son gobernados por sus propios líderes, mientras que en la Franja de Gaza no hay ninguna presencia israelí hace ya 12 años, pero en vez de germinar el desarrollo social y económico, se instaló el grupo terrorista Hamas, el cual ha sacrificado la vida de todos sus habitantes en nombre de una lucha inútil e ilegítima, como es la aniquilación del estado de Israel.
Hasta ahora, los palestinos han desperdiciado cada oportunidad para poner fin al conflicto y han minado la confianza mutua, alejando las opciones de una solución. Pese a esto, Israel seguirá luchando por una paz justa y duradera.