El trágico acontecimiento que involucró a Eyal, Gilad y Naftalí, de una manera intuitiva a todos nos ha parecido emblemático: un verdadero cruce de caminos, que trasciende el simple hecho criminal del secuestro y asesinato.
Al reflexionar un poco más, podemos darnos cuenta que este acontecimiento se enmarca en la lógica de los cambios dramáticos que vive el Medio Oriente y el mundo en estos últimos años.
Las fuerzas radicales y el islamismo están ganando terreno en Medio Oriente y el mapa de la región está cambiando con nuevas realidades, que implican un retroceso de cientos de años.
Frente a esto, el mundo occidental muestra indiferencia o tal vez impotencia para cambiar este rumbo. Por eso, las fuerzas racionales de la región deben encontrar ellas mismas, sin ayuda internacional, la forma de defenderse.
El secuestro y asesinato de Eyal, Gilad y Naftalí ha unido al pueblo judío. Nos sentimos más cercanos y solidarios, cada judío con el otro. Pero al mismo tiempo, nos perturba fuertemente la casi total indiferencia hacia esta tragedia fuera del mundo judío.
Este fenómeno de fortalecimiento del extremismo me recuerda la víspera y primeros años de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Alemania Nazi conquistó casi toda Europa. En aquel entonces, las fuerzas racionales, después de haber tratado en primera instancia de apaciguar al régimen nazi, tuvieron que desplegar todos sus recursos para superar la etapa del “crepúsculo del mundo democrático” y acabar con las fuerzas del mal.
Estamos ahora en una etapa semejante de crepúsculo de la democracia, pero como nos enseñó la historia, al final no hay otra opción que movilizar todas las fuerzas para poner fin a la amenaza de la hegemonía radical.
Como dijo el padre de uno de los jóvenes en la ceremonia fúnebre, dirigiéndose a los asesinos de Hamas: “Estamos aquí y ustedes no pueden hacer nada contra eso. Somos un pueblo fuerte. Lloramos, pero son lágrimas de resiliencia y amor. Tenemos amor en nuestros corazones y ese amor vencerá”.
David Dadonn
Embajador de Israel