Hay muchas maneras de ver una obra de arte. La mano del artista es una de las claves para apreciar su belleza, pero otra no menos importante es el tiempo. Como dicen los conservadores, el tiempo también pinta el lienzo. El tiempo con su paso madura las emociones, tamiza los desencuentros y destila lo esencial de la historia, y se convierte así en juez implacable que da validez a lo que llega a nuestros días para ser admirado.
La importancia de los Museos Nacionales es a este respecto inmensa. Por encima de los discursos históricos de vencedores o vencidos, la manera en como la humanidad ha decorado su cotidianidad, ha fabricado sofisticadas maneras de comer que hoy nos parecen obvias, o ha elegido temas para inmortalizarlos en papiros, lienzos, piedras, textos o videos da cuenta de los que hemos sido y en que nos hemos convertido. Para bien o para mal el Arte Enciclopédico se convierte así en el mayor testimonio y espejo de nuestra impronta en este mundo que nos sobrevivirá a todos.
La historia del pueblo judío mantiene un sorprendente paralelismo con este discurso. Obvio es que el grado de los derechos civiles de los judíos ha sido siempre el mejor indicador de las libertades y modernidad de una sociedad. Más allá de esta realidad, la devoción de las sociedades judías para con el arte, especialmente en los albores de la modernidad una vez que la estética buscó nuevos horizontes lejos de la representación de la nobleza y la religiosidad, fomentó un nuevo coleccionismo y mecenazgo sin los que no se entendería la escena artístico cultural contemporánea.
Solo en este contexto podemos entender la relevancia que tiene para Israel su Museo Nacional: el Israel Museum de Jerusalem (IMJ).
Conocido por albergar la mayor colección de piezas arqueológicas del mundo, y también su famosa cúpula donde se conservan y estudian los manuscritos de Qumrán, el IMJ se ha convertido en el digno heredero de esta tradición y responsabilidad cultural judía, exponiendo en sus muros desde la mayor antigüedad a la más actual vanguardia.
Ejemplo de ello es la inigualable colección de obras maestras del dadaísmo y el surrealismo que se puede ver en Madrid tras su paso por Italia: “De Duchamp, Magritte, a Dalí. Revolucionarios del Siglo XX”.
Arturo Schwartz, íntimo de Duchamp, así como otros marchantes y amigos personales de tan prolíficos artistas, hicieron posible que el IMJ se convirtiera en referencia de dicha vanguardia europea y su colección tan solicitada internacionalmente.
Pero el IMJ no solo es el lugar idóneo donde recalaron colecciones excelentes de la posguerra, también es el puente de unión entre la historia de culturas tan íntimamente ligadas y ávidas por conocerse más como son España e Israel.
Ya el año pasado y con motivo de los 30 años de relaciones diplomáticas de ambos países, el museo del Prado prestó generosamente una colección de once cuadros de Goya que disparó el número de visitantes al IMJ y demostró el gran interés israelí por toda la excelencia hispánica.
Muy recientemente y dentro del marco de la celebración de setenta años de la creación del Estado, la extraordinaria serie de retratos de Jacob y sus Doce Hijos, más conocidos por Las Doce Tribus de Israel pintados por Francisco de Zurbarán en 1640, pueden ver la luz en Jerusalem, por primera vez, tras su peregrinaje expositivo por el Meadows Museum de Dallas, la Frick Collection de Nueva York y antes de regresar al Auckland Castle de Dunham, Gran Bretaña.
Posiblemente estos cuadros pintados en Sevilla fueran un encargo para ser vendido en las Américas. Corría la falsa creencia que los nativos americanos eran descendientes de las tribus perdidas de Israel y por ello muchos pintores encontraron allí un nuevo mercado para temas bíblicos a los que raramente podían acercarse en España.
No dejo de pensar en la figura del artista místico por excelencia frente a un tema tan bíblico en una España post inquisitorial desprovista de cualquier referencia judía. Las reminiscencias flamencas dan a entender que tuvo que inspirarse en referencias extranjeras.
El resultado no puede ser más honesto y espectacular. Cada hijo de Jacob evoca su bendición e historia personal desde una magnífica disposición que consolida la serie como un todo.
Los cuadros nunca llegaron a las Américas. El barco que los transportaba fue asaltado por piratas que los vendieron junto al resto del botín en Inglaterra. Siglos después un obispo defensor de los derechos civiles de los judíos en Inglaterra se hizo con ellos para colgarlos en su prelado como profundo mensaje de cariño y tolerancia a lo diferente. Si la historia no fuera bastante romántica, el simbolismo implícito en el retorno del Patriarca y sus Hijos a la tierra de sus orígenes la hace inmensamente sublime. Las Bendiciones de Jacob a sus vástagos son poesía e inspiración para las tres religiones que convivieron en su día en España y su sincero acto de reconciliación, así como de tolerancia.
Un nuevo Siglo de Oro está uniendo España e Israel últimamente, y esta exposición es posiblemente la mayor aportación cultural al setenta aniversario del Estado de Israel es el mejor regalo posible para celebrarlo.
Elie Halioua
Presidente de la Fundación de Amigos del Museo de Israel en España |